Pues regresé de Cuatro Ciénegas. No estuvo tan cansado el viaje, lo más pesado fue la quemada del Sol.
El calor ni era tanto aun cuando el termómetro marcaba 36 grados, pero lo que sí sentí al final de la tarde fue la temperatura de mis enrojecidos brazos, que estaba ligeramente más alta que la de otras partes del cuerpo que no fueron tocadas directamente por los rayos solares. Quedé roja roja como camarón ¿o camarona?
Muy grilleros los Cieneguenses en cuanto a política.
Había botas y sombreros por todos lados, chavas arregladas como sexoservidoras, desierto inmenso, hippiosos, lagartijas, ocotillos, buitres, juegos pirotécnicos, pozas y dunas de yeso... todo eso al alcance de la mano. Además, la clásica Feria de pueblo que concentró a turistas (me incluyo) y originarios del lugar, y hasta el nombramiento de la Reina vestida de azul turquesa que, si mal no recuerdo, se llamaba Alejandra, igual que nuestra Guía adolescente de 14 años que nos llevó a visitar la Poza Azul y las Dunas de yeso.
El calor ni era tanto aun cuando el termómetro marcaba 36 grados, pero lo que sí sentí al final de la tarde fue la temperatura de mis enrojecidos brazos, que estaba ligeramente más alta que la de otras partes del cuerpo que no fueron tocadas directamente por los rayos solares. Quedé roja roja como camarón ¿o camarona?
Muy grilleros los Cieneguenses en cuanto a política.
Había botas y sombreros por todos lados, chavas arregladas como sexoservidoras, desierto inmenso, hippiosos, lagartijas, ocotillos, buitres, juegos pirotécnicos, pozas y dunas de yeso... todo eso al alcance de la mano. Además, la clásica Feria de pueblo que concentró a turistas (me incluyo) y originarios del lugar, y hasta el nombramiento de la Reina vestida de azul turquesa que, si mal no recuerdo, se llamaba Alejandra, igual que nuestra Guía adolescente de 14 años que nos llevó a visitar la Poza Azul y las Dunas de yeso.
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