diciembre 05, 2006

Caminar es lo único que me queda

Ayer recorrí calles desconocidas.

Cansada no estaba pero con hambre sí porque sólo me había tomado un café para acompañar mis dos galletas de chocolate durante la hora del desayuno.

Llegó la tarde y yo seguía avanzando.

En el camino me topé con cuatro gatos (todos ellos güeros), dos perros y un montón de palomas que me mantenían entretenida y que en varias ocasiones me hicieron cambiar el rumbo (… por seguirlas, como lo he hecho con alguna que otra persona en ciertas épocas de mi vida).

Me metí a una tienda de antigüedades porque un candelabro me llamó (a veces los objetos me hablan y se quieren venir conmigo, y no… no es cleptomanía, es animismo).

Me quedé viendo todo lo ahí había (embelesada hasta por el más mísero montoncito de tierra guardado en alguno de los rincones).

***
Estuve tanto tiempo ahí metida que me extrañó que nadie saliera a atenderme. Una mecedora con una esponja vieja recubriéndola, una televisión encendida empotrada en un estante, un teléfono y restos de comida (ya seca) dentro de una vasija de plástico me hacían ver que alguien debía haber estado ahí, tiempo atrás, esperando la llegada de algún cliente, alguna víctima, algún incauto. Luego llegué yo pero ya no había nadie para recibirme.

Saqué la cámara porque, como no confío en mi memoria, quería recordar lo que me gustaba y que justo en ese momento estaba viendo. Varios cráneos, una bruja, candiles, cuernos, cámaras fotográficas, un baúl, un cuadro de un payaso depresivo y deprimente, cajas de seguridad, relojes, teteras, ruedas de madera, máquinas de coser, teléfonos, ya saben.

Vi dos gallos de latón colgados del techo con las alas extendidas y en posición de ataque, que no servían para nada más que para adornar el ambiente y para hacerme sonreír (y llorar, según sea el caso); fue entonces cuando resolví hacer más estruendosa mi presencia ahí y que por fin se dignaran a informarme de los precios.

Nadie salía.

Pensaba que era uno de esos lugares de los que una se puede robar algo, simplemente tomarlo y salirse caminando tranquilamente sin que nadie notara la falta.

Un sitio de esos en los que rondan los dueños primeros de las cosas (los originales) y que, si alguien las sustrae de ahí… a la mala, van a buscarlo hasta regresarlas a la tienda (a las manos del propietario terrenal), no sin antes ejercer una sangrienta venganza en contra del infractor.

Crucé la puerta y vi un corredor cortado por cuatro más, tres de ellas abiertas y la otra cerrada. Al fondo del pasillo, al pie de unas escaleras rojas, una última y más amplia con forma de arco, entreabierta.

***

En la primera habitación, pequeña y alumbrada sólo por una línea de Sol entre las cortinas, lucían muchos muebles más para admirar, aunque opacados por el polvo.

Al principio no me atrevía a entrar porque se podía ver que era el inicio de la casa y me parecía que ya estaba invadiendo demasiado. Además, el olor a humedad ya se hacía presente, por suerte mi rinitis no.

Nunca dejé de voltear hacia atrás de mi espalda cada cierto número de segundos y trataba de mantenerme cerca de la entrada.

El sonido de la televisión permanecía en mis oídos, a veces subía o bajaba el volumen pero por el programa mismo, no porque alguien lo ajustara, creo.

Imaginaba que si de pronto dejara de escucharla todo habría terminado.

Recordé cuando, en un sueño, en un corredor similar a ese, se acercaba a mí una mujer que ya estaba muerta. Yo me quedaba paralizada mientras ella acortaba cada vez más la distancia entre las dos y, al poner sus manos sobre mis hombros, se me cerraban los ojos como muestra de mi, en ese momento, reciente fallecimiento.

***

Terminé con ese cuarto y yo seguía diciendo “¡Buenas tardes!”, ¿Hay alguien?

Nada.

***

Segunda puerta abierta. Era un dormitorio pero como si nadie hubiera descansado ahí por varias semanas.

Una cama destendida y ocupada por ropa sucia que no se veía muy confortable.

Un andador junto a ella me hizo pensar que quizá sí vivía ahí alguna persona pero, al ver basura bajo la cama, cables colgando de la pared sin ton ni son y todo con un aspecto muy siniestro me hizo dudar sobre la existencia de esa posibilidad.

Fotos viejas pegadas por fuera de la puerta, tres calendarios de hojitas desprendibles empalmados en la pared cuya fecha más reciente, en el de más arriba, era el viernes 9 de julio del año 2004… todo eso y más estaba presente.

Desde minutos antes ya las piernas me temblaban y las sentía rígidas cuando les pedía que reaccionaran más rápido, a mi voluntad. Un suspenso constante en mi cabeza, inseguridad en mi sentir y los síntomas físicos que esto conlleva. Se llama miedo ¿verdad?


***

Tercera puerta abierta. Otra recámara con dos camas mucho menos apetecibles que la anterior por tener ropa, cobijas y hasta basura encima. Tinas con telas, cuadros religiosos, botellas de plástico vacías bajo la cama y la tierrita característica de la vivienda.

Aquí había, aparte, una mecedora de madera con un cojín más decente (no como el primero que vi), cajones abiertos que dejaban ver en su interior puras cosas inútiles y mal acomodadas, un desodorante viejo y sin tapa tirado en el suelo y un solo zapato negro de hombre en el centro de todo.

Ese espacio estaba conectado con la siguiente habitación que era un comedor, pero no quise seguir esa vía porque la dichosa mecedora estaba obstruyendo la pasada y porque preferí observar las cosas primero de lejos, por fuera, desde el pasillo.

***

Cuarta puerta abierta. Comedor ocupado por dos nacimientos, un trofeo, una vitrina, sillas que parecían no haber sido utilizadas jamás, un centro de mesa, una libreta, el tomo de alguna enciclopedia, una bombonera, dos frascos y más cosas sin relación entre sí.

***

Siguiendo por ahí estaba la cocina que parecía el escenario de un crimen.

Si es desagradable ver desperdicios, botes de leche y bolsas de comida chatarra en el mosaico y bajo los pies, imagínense ahora lo que significa ver todo eso encima de la mesa en donde se preparan los alimentos.

Se me ocurrió que abriendo el refrigerador pudiera comprobar por fin si estaba habitado ese hogar pero sólo lo pensé, ni siquiera lo ubiqué con la vista. No recuerdo si había uno.

De hecho, tampoco recuerdo haber visto el baño.

***

Hasta el rincón había una lavandería a la que no entré, al lado derecho de la cocina y que representaba la puerta con arco que mencioné al principio. Sólo me reflejé en sus vidrios nublados.

***

En una ocasión, cuando sólo había examinado el espacio que resguardaba las cosas que sí se veían en venta, el de la primera puerta, se me ocurrió llamar por teléfono. Había encontrado ahí mismo las tarjetas con el número del lugar así que saqué el celular y llamé.

Fue bastante tétrico escuchar dos timbres diferentes de teléfono. Uno de sonido antiguo que provenía de adentro del marco de la segunda puerta que todavía no me animaba a violar y uno a menos de un metro de mí, más moderno, en la mesa, junto a la mecedora vieja.

Diez veces y nada, nadie contestaba, nadie salía corriendo del baño a levantar la bocina, nadie se despertaba de una larga siesta, nadie dejaba de platicar con el vecino para venir a investigar quién llamaba.

***

Perdí la noción del tiempo por completo.

No me interesó saber la hora porque era una de esas tardes frescas en que ver una combinación de números no marca ninguna diferencia, un día en el que no se apresura el paso ni se desacelera (diría Fox), porque todo ocurre en el momento preciso, no antes, no después.

***

No podía quitarme de la mente que durante mi estancia ahí me encontraría con que, al ir caminando y viendo al frente-hacia arriba, tropezaría con un brazo o pisaría una mano asomada bajo la cama, o que un rostro de ojos abiertos con un hilo de sangre saliendo de la boca o un rastro aún más grande de esa vital sustancia escurriendo de la sien, quizá de una persona mayor, me pediría ayuda o me balbucearía que hay alguien tras de mí.

Escuchaba los móviles que tintineaban por el viento que soplaba frío cerca de los gallos de latón de los que me enamoré. Cada vez los escuchaba más fuerte, me alejaba de ellos pero los percibía cercanos, quería escucharlos y sentir algo de vida, al menos. Eran mi contacto con el exterior al igual que la voz del narrador del National Geographic.

***

Tres cosas que no hice:

1. Abrir un ropero que también me llamaba, que no quería salir de mi campo visual y que deseaba tener contacto conmigo.

Era de puertas de madera pintadas de blanco y con un diseño de orificios que bien podría haber contenido dos pupilas del otro lado porque sentí que alguien me miraba desde adentro.

2. Subir las escaleras rojas que daban a más habitaciones, porque ahí no hubiera habido salida inmediata.

3. Tocar absolutamente nada.

***

Después de haber revisado lo que consideré suficiente decidí salir a buscar a alguien que pudiera decirme algo sobre dicho lugar y, al pararme sobre la banqueta y peinar el área con la mirada para encontrar a quien pudiera ser mi informante clave, apareció por fin el dueño de la tienda preguntándome si me había interesado algo.

El tipo, hombre robusto y bigotón quizá en sus sesentas, todo el tiempo había estado dentro de su camioneta estacionada frente al local. Me vio entrar pero como tenía mucho frío no se quiso bajar ni a saludarme y prefirió darme tiempo para que viera toda la mercancía con calma.

Justo ahí sí me dio curiosidad de inspeccionar mi reloj y noté que todo esto que conté renglones arriba transcurrió durante el lapso de una hora y un poco más.

Le platiqué a grandes rasgos lo que había hecho mientras él dormitaba allá afuera frente al volante, lo de la llamada por teléfono que ni escuchó, las fotografías, las emociones y pensamientos que me atravesaron y, ya para terminar con el tema, le pedí una disculpa por haberme metido hasta la cocina, literalmente.

Me dijo que no me preocupara, que yo podía ver lo que quisiera. En fin. Se acabó el encanto.

***

En verdad me hubiera gustado que a una sombra se le hubiera ocurrido perseguirme a lo largo y ancho de la casa y que el mismo pánico, que ya se me estuviera desbordando del cuerpo, me hiciera aventarme por las escaleras y así terminar con la escena de terror.

Por lo regular, en ese género de películas asesinan a alguna parejita de adolescentes calenturientos en plena actividad sexual pero, como yo iba sola, pues… no sé, quizá debí haberme recargado en un mueble para masturbarme cómodamente hasta que llegara mi asesino a terminar su asunto y así completar el cuadro.

***

Ahora sí… ¿Cuánto cuestan estos gallos? ¿Y el candelabro?

*******

Frase para meditar: Mis ojos son de lluvia.

12 comentarios:

yomero dijo...

Que exeriencia Lili! ya veo todas las cosas que te pasaban por la cabeza, la forma en que lo narraste me parecio el estilo de S.King.

Pensé por un momento que te ibas a encontrar con la viejita de la película de Pepe el Toro, la paralítica esa a la que le gritaba el borracho "Cierra los ojos" jeje


muy bueno. me gustó me gustó

Anónimo dijo...

Te quiero dar un tipo para esos momentos en que quieres que te atiendan en algún comercio y nadie se aparece: Toma algo y salte de la tienda. De inmediato aparecen.

Pero mejor no lo sigas, porque si no podrías perderte de este tipo de experiencias.

Anónimo dijo...

Corrección. No quiero darte ningún "tipo" sino un "tip"

Perdón... no sé si fue el subconsciente o los dedos que ya no me responden.

Mariana dijo...

¡Hola! Tu relato fue un verdadero placer para mis sentidos. Disfruté el recorrido sensorial por el que nos guiaste y me pareció que en cualquier momento yo sería un personaje de cuento.

Anónimo dijo...

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La maldita dijo...

Ay Sola... no te retractes, me ibas a dar un tipo y ahora me cumples lo prometido, lo caido caido.

HugoLara dijo...

Yo a la unica tienda de antiguedades que fui, fue a una en Puebla y pues..son algo tenebrosas y lugubres.

Pero pues..llaman la atencion.

Saludos!

Anónimo dijo...

¿Y cuanto costaban los gallos y el candelabro?...

La maldita dijo...

Unos eran de $800 y feria y otros de $300, y el candelabro de $50.

Este último ya está calentando mi cuarto con las velas que le prendí.

Anónimo dijo...

Aunque sabemos que la ficción siempre suele ser superada por la realidad en ocasiones el peso de las estructuras del mundo ficcional nos hacen anhelar que suceda algo 'extraordinario' digno de una película de Jackie Chan.

Me gustó.

N.Blondie dijo...

me encanto, yo tengo dias asi a veces pero no sale todo tan facilmente, un abrazo

Anónimo dijo...

¿son sólo de lluvia los ojos? o ¿eres lluvia?

me gustó pero eso no es lo importante. creo que te gustó a tí.