¿Ya estamos en octubre?

Ayer compré un álbum de The Simpsons en un Oxxo.

Había varios colocados en un atril además de un montón de sobrecitos que contenían cinco barajitas cada uno.
Costaba solo seis pesos y cada sobre, tres.

Tomé un ejemplar para pagarlo pero lo regresé porque estaba rasgado de la portada. Tomé otro y el chavito que me iba a cobrar lo puso sobre el mostrador mojado por las cervezas que antes ya había registrado y me llevó el viejo del costal… pero me trajo de vuelta cuando vi que no se había dañado así que no tuve necesidad de cambiarlo de nuevo.

Adquirí cuatro sobrecitos para tener algo más para entretenerme hoy domingo.

Me levanté, fui a la sala a ver la TV y estaban pasando una película de Piporro pero no aguanté la flojera encima de mí y me volví a acostar para levantarme hasta las dos treinta de la tarde.

Luego de desayunar (sí, a esa hora desayuné) y acabarme mi café mientras veía el final de una película de Vicente Fernández, me dispuse a ojear y hojear dicho librito y a abrir los sobrecitos para ver si no había repetidas.

Busqué como loca el resistol. Chequé primero en la cocina, aunque cabe mencionar que no esperaba encontrarlo ahí porque desde hace tiempo que ya no utilizamos mucho ese producto, pero fue el primer lugar al que me dirigí porque años antes ahí guardábamos un botezote de 850, se me hace que mi memoria motriz caminó a la cocina como un hábito demasiado arraigado. No estuvo ahí.

En el cuarto de mi mamá, nada. En el comedor, nada. En el mío, nada (porque me lo llevé al consultorio). En cualquier otro lugar, nada.

Total, me volví a sentar en mi reclinable nuevo que no he pagado para al menos ver la ubicación de las barajitas aceptando de antemano que no las podría pegar en ese mismo rato.

Me di cuenta que las fregadas baratijas (escribí bien) eran stickers, calcomanías, papelitos con pegote atrás o figurines autoadesive, eso mero, o sea, que no había necesidad de utilizar ninguna clase de pegamento extra, ni siquiera mocos.

Me sentí decepcionada. En lugar de alegrarme porque solo era cuestión de despegar la parte de atrás y pegarlas en las páginas me sentí triste porque eso le restaba diversión al asunto.

Me di cuenta que lo que yo realmente quería era embarrarme los dedos con el resistol.

Quería vivir todo el proceso.

Primero batallar para abrirlo (porque ya ven que el resto que queda en la parte superior después de la última usada se seca y se queda pegado a la tapa).

Quería vaciarlo en alguna vasijita y agarrar un palito para untarlo como crema de cacahuate. Solo me faltó decir como “cremita de cacahuatito”, jaja.

Quería ponerlo con mis propios dedos y uñas.

Quería, ya que estuvieran pegadas, rascarle con las uñas si se hubieran llenado con el resistol por la parte del dibujo y, para rematar…

Quería ponérmelo en toda la mano, soplarle hasta que pudiera desprenderse como guante, como mascarilla peel off y que se le quedaran marcadas todas mis líneas, la de la vida, la del corazón, la de los hijos, la de la salud y mis huellas dactilares.

Pero como no se pudo hacer nada de eso… dejé todo ahí aventado en el sillón y me conecté para escribir esto.

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Frase para meditar: “Ay mijo, nunca te vayas a casar con una fiera como estas”.

Aportada por Vicente Fernández en su papel de Vicente, mientras cargaba a su bebé, frente a su esposa, su hermana y su cuñado.

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